martes, 5 de febrero de 2008

Mateo

I

Mateo termina de leer la última página, luego de tres horas y media de diletantismo obligado, y se da cuenta de que nada tiene solución. Suspira, pensando (otra vez): “Ojalá fuera novela en lugar de periódico…”, y arroja el diario al cesto de papeles.

Se ha ‹‹inyectado actualidad›› como él dice, pero cada vez le encuentra menos sentido, no a “inyectarse” actualidad, no. Sino a la actualidad misma. Luego, como cada vez que se siente desesperanzado, corre hacia su jardín, hacia sus helechos, orquídeas, rosas colombianas, hacia su desmemoria.

El jardín, este sector reducido pero eficiente que lo protege del mundo y sus peligros, comenzó en la forma de una sola maceta sobreprotegida, un helecho mono que tenía muchas ganas de vivir, pero que no lo hizo por mucho tiempo dada la inexperiencia botánica de Mateo… quien por aquellos días andaba más preocupado en la música y en perseguir compañeras de curso, que en Ketama, su primer vegetal. Después de un par de intentos infructuosos de sostener sucesivamente con vida a Ketama, a Vera (una plantita vivaz, de esas sin flores, con las enervaduras teñidas de blanco), a un croto, y un ficus, hasta de haber contribuído increíblemente en el desceso de un par de cactus incluso… Mateo optó por la cantidad, en detrimento de la calidad y los bautismos...: Comenzó a coleccionar plantas (y las llamaba simplemente… “plantas”) de todas clases, que iba acopiando en la terraza de su casa de estudiantes, allá en La Plata

(“Mateo” es inicio de mi folletín titulado “Mateo”, y que tendrá tiradas más o menos periódicas… Suerte! …para mí, claro…)

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