(...y en contra de la arrogancia, la falsa humildad y otras pestes)
...un viento en el viento,
...una declaración de guerra,
...un ensayo hijo del cansancio.
por Diego M. Maldini Freyre.
Aclaración previa importante:
Nunca está de más repetir que la inmensa mayoría de las polémicas, debates, discusiones y desacuerdos, son ocasionados tanto por nombrar diferentes cosas o fenómenos con la misma palabra, como por hablar de lo mismo empleando diferentes conceptos. Me atrevo a sostener que sólo una ínfima porción de los desacuerdos, son verdaderos desacuerdos: No debemos confundir "comprender al otro-y-estar-en-desacuerdo", con no comprenderlo (a raíz de la dicotomía anterior, aun cuando se piensa que se lo comprende y que se está en desacuerdo con él) Es por eso que aunque muy pocas veces se realiza, cada ensayo o argumentación debiera contener en sí misma la explicitación de las interpretaciones y acepciones escogidas por el autor para cada caso en cuestión. Esta vez, lo haré:
Las palabras tienen sentidos negativos y positivos, según quien las emita y en qué contexto. Y no es necesario que nos refiramos a palabras con inmensa carga ideológica como Anarquismo o Dios (entre otras), puesto que incluso palabras en apariencia neutras como Ingeniero o Intelectual, pueden contener connotaciones opuestas, nuevamente, dependiendo de por quién, cómo y en dónde sean pronunciadas. Siguiendo la misma línea, tanto Soberbia como Orgullo puede tener significados divergentes: ambas pueden ser interpretadas tanto positiva como negativamente.
A falta de una mejor posibilidad de puesta en situación o de comprensión efectiva entre quien escribe esto y quien ahora lo lee, debe permanecer claro que, respecto de Soberbia y Orgullo, argumentaré en favor de sus acepciones positivas, partiendo, en principio, de sus acepciones neutras, es decir, del sentido puro y objetivo -todo lo más que se pueda- de la palabra. En contrapartida, observo que Arrogancia adquiere en casi la totalidad de sus interpretaciones, una clara connotación negativa, es por eso que en este artículo la utilizaré en oposición a Soberbia. Por lo demás, no hace falta aclarar al lector que, antes de opinar, llegue hasta el final del texto, por respeto a quien escribe. Luego de ello, con mucho gusto, aceptaré e incluso incentivaré y, por supuesto, contestaré, sus críticas.
Cuerpo:
Descartando a aquellos “iluminados” que son sinceramente humildes(1), a nosotros los intelectuales -sí: me considero un “intelectual”- muchas veces nos tildan de arrogantes, mayoritaria y no casualmente, quienes no son intelectuales -y, sí: me han tildado muchas veces de “soberbio”, “arrogante”, etc.. Es verdad que muchos intelectuales lo son, pero lo cierto en este asunto es que las personas en general suelen confundir arrogancia con soberbia. Son dos cosas distintas, tanto en sus causas como en sus consecuencias y por ello viene al caso, en este artículo, escribir al respecto...
Para corregir la despistada crítica de la que hablamos, aconsejo prestar atención al siguiente texto entonces, pues contiene ideas diferenciadas de manera muy sutil y es sobre esa sutileza que se sostiene su argumento principal, así como la razón misma de la equivocación generalizada: esa equivocación que va del tipo “me tenés harto, siempre hablás como si te las supieras todas y yo fuera un pobre ignorante” o del tipo “no sé quién te creés que sos, pero te digo que no sos superior a nadie por más intelecto que tengas”...
Voy al grano: Básicamente, lo que se suele confundir con soberbia no es sino la seguridad acentuada y sólida que proyecta un intelectual promedio al pronunciarse sobre una cuestión determinada, ya sea para defenderla, combatirla o criticarla constructivamente; me explico: es la confianza que da haber llegado a una conclusión(2) al respecto de algo, sólo después de haber dado “varias vueltas más al asunto” de las que generalmente le daría una persona que no vive “en” -ni “de”- su intelecto(3)y, desde ya, empleando mejores herramientas intelectuales que el promedio de las personas. No hablo aquí de Coeficiente Intelectual, sino de los instrumentos cognitivos conseguidos con esfuerzo, constancia e investigación ininterrumpida. Mi observación detenida de los intelectuales notables y reconocidos indica que, con algunas diferencias de grado, la gran mayoría de ellos asume la misma actitud, y así, muchos son criticados destructivamente. Pero, repito, no es arrogancia, sino autoconfianza,
El párrafo anterior, bien lo sé, me traerá innumerables críticas de todo el espectro ideológico y disciplinario, pero eso no hace más que reforzar lo que estoy diciendo. ¿Cómo me defiendo? Fácil, mi respuesta es instar al crítico a que imagine la actividad intelectual como equivalente a cualquiera otra actividad respecto a la técnica. Ante igualdad de circunstancias (léase coeficiente intelectual, disposición anímica, potencial físico, contexto de desarrollo, etc.), ¿Quién cree Ud. que arreglaría mejor una cañería: un plomero o un analista de sistemas? ¿Quién cree Ud. que ganaría un partido de fútbol: un futbolista o un ingeniero? ¿Quién cree Ud. que daría más ganancias a una empresa: un administrador de empresas o un entrenador de perros? Y así puedo seguir hasta el hartazgo, hasta caer en el debate que inició Platón con su República, acerca de cuál sería el mejor de los gobiernos..., ...pero creo que ya he dado a conocer mi punto. Repetimos aquí, pues es crucial para el caso, que lo que sostenemos se evidencia en que quienes suelen tildar de arrogantes a los intelectuales, suelen no ser, valga la redundancia, intelectuales. Lo que quiero decir, es que, el intelectual vive en el discurso y por eso se siente más cómodo en él, ya sea disertando o debatiendo, mientras que los demás mortales suelen no poseer las herramientas discursivas ni la práctica necesaria para sostener discursivamente una postura de soberbia con fundamentos (aunque en sus respectivos campos sientan una seguridad y comodidad equivalente a la del intelectual en su discurso). Nótese que, por el contrario y ya sea consciente o inconscientemente, entre los intelectuales se produce una comprensión tácita radicada en esa identificación de la confianza del otro y entonces se suele “respetar” -con ciertas salvedades pero sin concesiones- esa soberbia en el otro, focalizándose automáticamente la atención en el contenido más que en la forma, filtrando lo que se necesita, o lo nuevo, o sencillamente, ignorando la actitud ¿necia? del emisor.
No confundamos, sin embargo, soberbia con fanatismo. Lo segundo no tiene nada que ver con este ensayo.
Fin de la Primera parte. (Sólo a partir de las críticas y los comentarios que reciba(4), es que daré lugar a la segunda parte, encaminada hacia donde sea necesario, pero siempre, en defensa de la Soberbia)
(1): Postura que deberemos analizar más adelante con mucho cuidado y detenimiento, ya que en la inmensa mayoría de los casos, suele estar condicionada, y hasta determinada, por una religiosidad y/o una moral más fuertes que la razón que se pueda tener y que van más allá de las verdades esgrimidas (por eso lo de “ilumiados”, en clara contraposición a los que desarrollaron su conocimiento mediante la investigación y acumulación de instrumentos cognitivos). Por tal motivo, dejo fuera de esta primera argumentación a los humildes sinceros y a los -que más adelante también, distinguiremos- falsos humildes.
(2): Entendiendo aquí por "Conclusión": a la Resolución Temporaria, -y siempre- Falsable, inferida desde y sobre un determinado tema, analizado a partir de información manejada con anterioridad por dicha persona o desarrollada (racional o empíricamente) en ocasión de dicho análisis; más la inevitable y subyacente toma de postura respecto del tema en cuestión y a raíz de dicha Conclusión.
(3): Fácilmente podríamos argumentar que en definitiva todos “vivimos de nuestro intelecto” en la medida en que necesitamos sortear obstáculos para alcanzar nuestros objetivos cotidianos, sean cuales sean las circunstancias y dediquémonos a la actividad que nos dediquemos, pero a lo que particularmente me refiero, con la expresión “vivir en y del intelecto”, es a las personas que viven en el lenguaje discursivo y social, empleando la mayor cantidad de su energía y tiempo en el universo de las ideas y lo cognitivo, o que desarrollan su actividad en el ámbito intelectual (no confundir aquí lo cognitivo individual intelectual, con la esfera social de lo intelectual, léase: periodismo puro, actividad editorial o científica -en referencia a las ciencias duras-, etc.). De modo que deportistas, cocineros, programadores de sistemas informáticos, comerciantes, músicos y todos los demás, quedan fuera. Lo siento.
(4): Me atrevo a decir que el 95% de ellos será negativo, pero espero que quienes piensen de manera similar a la mía, lo hagan conocer también, así los demás se dan cuenta de que no estoy solo... muchos de ustedes saben de quienes hablo, y a muchos otros directamente no los conozco, pero también cuento con ustedes...