martes, 8 de abril de 2008

Estepas

pesadas... sudor de convicto fugitivo, las lágrimas morían en la noche de mi regazo conforme el coche se retiraba de la estación... conforme tu silueta se confunde con gordos y viejas, con linyeras y choferes, allá, eternamente lejos, en la estación terminal que el colectivo acaba de abandonar.

livianas... esperanza de madre o de novia enamorada, esas pestañas tan tuyas vapuleaban una y otra vez, aquella mi decisión de partir, de retozar fuera del alambrado protector... tus brazos, y el aroma a sándalo de tu cama esquiva.

allá, el regreso, la cotidianeidad , el tedio de lo conocido; aquí, tu sonrisa redonda, abarcando el mundo... allá, las esferas inquietas de las horas; en esta, tu ciudad... mi rumbo olvidado, mi verdadero yo, mi destino inexistente...

quisiera volver un segundo el tiempo. no para volver, sino para traer: traer conmigo estas jornadas hendidas, rasgaduras y experiencias del ser; traer conmigo tu mirar, como de campo y precordillera, como de fuego y serenidad; traer conmigo todos los recuerdos y la ruina que será... traer conmigo una sola cosa:
MI SER.

viernes, 4 de abril de 2008

Sincero

Curiosa la postura cómica que adoptan los cadáveres como despedida.

He visto decenas de muertos, y todavía no me aburro de contemplar sus gestos, la posición de sus miembros; como queriendo imitarnos, pero hallando sólo el ridículo...

Esta mujer, por ejemplo, quiere confundirse con la fotografía de una joven hilarante: carcajada, cejas arqueadas, frente fruncida,… completito, completito… y no es más que una pobre asistente social semienterrada en el barro de una cuneta de arrabal.

Uno se aleja del ruido.

Del centro de la ciudad.

De la cana.

Buscando tranquilidad… y víctimas con menos que perder, no tan cobardes…

Me vengo para acá y los dejo en paz, pero ellos no me dejan tranquilo.

Ahora, me quieren enseñar cómo tengo que criar a los hijos de mi señora!

Quién lo ha visto!

Qué se pongan calzado, zapatillas (con qué plata!), que vayan a la escuela (con qué plata!), desayunados (y dale!), y que la ropa y que el médico, y hasta me han llegado a decir que la criatura no puede laburar porque no sé qué diablos!!

Si acaso no pateaba yo las calles de esta ciudad repodrida, cuando tenía menos edad todavía que el pibe?!

Ahora que la miro bien…, quietecita…, sin molestar…, parece buena piba esta mina.

No debe ni llegar a los treinta, te digo.

Y bueno!

Mala suerte! …yo también la tengo.

Hacía bastante que no buscaba excusa para facturar… venía escaseando de fiambres, últimamente.

Con ésta? No podía tener mejor motivo, pero igual, la Carmelita no lo entendería… veré de que no se entere…

Linda trucha, medio bastante embarrada ya, y sin carcajada, pero se defiende.

Será mística?

Melancolía?: Siempre me cuesta taparles la cara, por eso debe ser que la dejo para lo último… quién sabe?

Y buéeh…!

Espero que no sean tan desprolijos cuando les toque enterrarme a mí… aunque supongo que un ataúd facilita las cosas…

Tanguera

Buscaba el cenicero. No. Qué cenicero?! Buscaba algún encendedor, fósforo, lo que sea, para encender la hornalla… Nada…

"Marcela, un encendedor?"

Su cuerpo asoma grácil, delicioso, expectante; pasan, junto a Él, ella, y un océano dulce de sensualidad y benjuí. Él comienza a sudar: la imposibilidad de saltar sobre ella, cubrir los centímetros infinitos que los separan de una vez por todas, y confesarle que esperar se le hace insoportable…

Ella hace. Él, la deja hacer. Mientras, le devora hasta el más ínfimo atisbo de humanidad que se desprende de ella. Ella prepara el mate dándole la espalda, y Él se la recibe con obediencia y pasión indecibles. El sol entra por la puerta de tejido que da al patio, mil millas más allá. Dos siluetas en el suelo, mucho más cercanas que en la realidad, mantienen una conversación inocente. En verdad, ella le está hablando. Él no puede desviar los ojos de su cintura, su cuello, sus hombros. Sencillamente, no puede.

"Diego?"

"Eh? Sí, por supuesto…"

Va en busca del tocadiscos. Ella le pidió Rock Nacional.

Revisando sus discos encuentra un viejo compacto de Piazzolla. Encrucijada atormentadora: Tango, o Marcela? Él, o ella? Pregunta humana al fin y al cabo: Él ya sabe que en lo más profundo de su ser ya conoce la respuesta… y no hace más que responderla, pone: “Tanguera”.

Los ojos se le cierran. Él ya no se halla en casa de Marcela. Ni en Mendoza. Ni en el Planeta Tierra… Planea con su cabeza primero. Hombros. Torso ondulante. Manos como bailarines desvergonzados y virtuosos que rompen el aire y la cotidianeidad de la siesta, y… …se retraen casi, al contacto de otros dedos –mil veces más delicados–, los aferran, juntos, asumen la postura y el orgasmo incontenible da inicio a la danza, esta vez, en compañía. Él no abre los ojos todavía. Él es feliz. Ella baila tango como ninguna… como Malena…, Él siente su espalda tan frágil, tan segura, al contacto de sus dedos, esperando sus marcas. Ella no puede estar ahí. Ella no puede estar bailando tango allí, con Él…

Todavía con los ojos cerrados, imagina la cintura que lo hipnotizó minutos antes en la cocina, imagina que la pava debe estar hirviendo, imagina que ella imagina que la pava debe estar hirviendo… imagina que tal vez a ella no le importa… Abre los ojos, que se llenan de día como nunca antes, y le entrega el mejor de sus besos.

Siete días y siete noches más tarde, con los ojos nuevamente cerrados, comienza a extrañar sus labios aun antes de haberse separado de ellos. No quiere hacerlo. Dejar de besarla? Nunca! La ama… la ama… sólo a ella… Quiere transmitirle todos sus sentimientos , pensamientos, sufrimientos, en aquel beso pues palabras no recuerda, si de hablar se trata. No puede con ella, se lo dijo desnudo, y ella armada con su sonrisa brillante; imposible, que desnuda y abriga, que es maliciosa y la más dulce…, imposible…

Finalmente, el fin. Sus labios ya no están… cuentan por detrás “que veinte años no es nada…” y que “un doble recuerdo”… y ya sin su tibieza, sin su boca, Él, abre los ojos, ella lo está mirando.

A siete kilómetros de allí, un caballero hornero exhibe su humilde construcción a la dama, quien la prueba por dentro y por fuera, la mira por aquí y por allí, buscando la menor imperfección que le haga cambiar de parecer. La encuentra. Le dirige una cruel, implacable mirada de desaprobación, y se aleja en un vuelo definitivo. Él queda mirándola con una lágrima al brotar, y un escalofrío recorre su espina.

"Pensé que nunca lo harías…" - Ella.

Cae. La lágrima, cae. Un abrazo y un salado beso que acaso jamás llegarían. Como una flor de algodón, ella se zafa del abrazo de Él sin quitarle la mirada por un segundo; toma su mano, que todavía tiene ganas, y sin saber quién lleva a quién, llegan a su habitación, su santuario

En penumbras, desnudos en cuerpo y alma, se aman como se aman las parejas de todos los sexos y religiones, de todas las ideologías y razas… Se aman, como yo la hubiese amado… si me hubiese animado.

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